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lunes, 5 de abril de 2010

APRENDIENDO A ENSEÑAR, los ceramistas de Pucará



Grimanesa Neuhaus y Carlos Runcie, artistas que asumieron en reto de dirigir el proyecto "Formación de formadores"



No es posible olvidar su nombre. Pucará, la versión acentuada de la palabra quechua "pukara"; resume la historia de la región sureña. Significa fortaleza, fuerte, lugar de resistencia, al acecho del enemigo. Los visitantes que conocen el pueblo no dejan de visitar los restos arqueológicos en el Km. 106 de la carretera, que une Puno con Cusco, a 3950 m.s.n.m.
Hasta allí fueron Grimanesa Neuhaus y Carlos Runcie Tanaka a trabajar tres meses con artesanos de Cusco y Puno para cumplir con el Proyecto de desarrollo competitivo de la artesanía peruana, que esta vez tenía el sugestivo nombre de "Formación de formadores". El proyecto pertenece al Instituto de desarrollo del sector informal, y fue financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo.


La elección de los artistas no pudo ser mejor. Grimanesa (Grimu para los amigos) une su talento artístico a una voluntad permanente de viajar por el país y cosechar las experiencias del quehacer popular.



Es una armoniosa combinación de conocimiento de su quehacer como ceramista con una proyección empresarial que la hacen la profesora indispensable para los participantes del proyecto. Carlos, maestro de la forma y el color, decidió abandonar por un tiempo su conocido amor por la costa, y lejos de sus cangrejos y la cerámica de Chancay, se comprometió a cumplir con largueza el syllabus de siete materiales importantes que les pedía el proyecto: 1- formación de formadores, 2- análisis de materiales, 3- diseño, 4- técnicas de producción (torno, modelado a mano, moldes, etc), 5- decoración (engobe, pigmentos, esmalte), 6- hornos, cocción y 7- marketing, embalaje y costos.
Luego de conocer a sus treinta alumnos (11cusqueños, y 19 puneños), nuestros artistas decidieron que en lugar de dividirse los puntos del programa, los dos cubrirían todos los temas, actuando al alimón. De esta manera, cada clase era una experiencia compartida por profesores y alumnos.
Como era de esperar, los participantes formaron un grupo muy heterogéneo, que se ubicó en el barrio El Progreso de Pucará. La expectativa general era crear futuros maestros que de regreso a su comunidad sean capaces de transmitir una experiencia que permitiese hacer piezas para el mercado limeño y si fuera posible con calidad de exportación. Los artesanos, siguiendo el patrón tradicional del área andina, se dedicaban a este quehacer en los espacios que les dejaba sus labores agrarios. Esto no quiere decir que fueran novatos. Varios de ellos hacían de su arte una actividad rentable y ya tenían pedidos de importancia, que se cumplían en los espacios que no interrumpían la siembra, cosecha o barbecho.
La elección del lugar de trabajo fue Pucará, no lejos de Santiago de Pupuja, ni de los centros arqueológicos. Se hizo pensando en que los alumnos puneños se ubicaban en los alrededores, atraídos por el imán de la arcilla. Desde siglos atrás el barro de Pucará ha sido apreciado como ideal para la cerámica precolombina, pero su empleo contemporáneo carecía de los acabados que redundase en un beneficio artístico o económico para las comunidades altiplánicas. Incluso gran cantidad de las piezas de Pucará se pintan en Cusco, que recibe los "bizcochos" o piezas sin color. Fábricas como Bilcaro de Cusco han mantenido este trato con los ceramistas, lo que hace posible que sigan conservando su arte, por lo menos hasta cierto nivel del proceso.
Grimu y Carlos, aparte de cumplir con el programa, decidieron despertar en los estudiantes la capacidad de renovar o refinar sus motivos. Es así como el diseño volvió a enriquecerse con la naturaleza del lugar y las riquezas artísticas de las iglesias de Pucará y Santiago de Pupuja, sin perdonar la visita al museo y la obligación de reparar en la flora y ambiente que los rodeaba. Es sabido que los alfareros prehispánicos no recorrieron más de un kilómetro para obtener sus arcillas y temperantes, aunque es posible que excepcionalmente hayan caminado hasta siete Km. a la redonda, por algún componente especial. Los profesores buscaron que cada una de las tres piezas que deberían hacer sus alumnos fuesen muestras de colección, orientándoles a confeccionar trabajos para decorar la sala o terraza de una casa citadina en Lima o cualquier otra urbe. También lograron que cada uno de los ceramistas colocase sus sellos a sus obras, uno que identificaba su pueblo y otro, muy personal, que servía como firma del autor.
No hay mayor satisfacción que el saber que está cumplida la palabra empeñada, en este caso, "enseñar" pudo ser al mismo tiempo una experiencia vital para los ocasionales maestros. Grimanesa y Carlos, se sienten fortalecidos por los meses que permanecieron en Pucará y se han comprometido a realizar un seguimiento. En el panorama general de las artes peruanas, acciones como la descrita hacen posible vivir con esperanza.

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