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lunes, 5 de abril de 2010

PARACAS, VIDA AL BORDE DEL DESIERTO


Pocas zonas del Perú pueden ser tan exuberantesy yermas a la vez. Pocos lugares del mundo albergan tanta historia y tanta naturaleza, todo al alcance de la mano. Batsa recorrer la delgada franja costera siguiendo el rumbo de las aves y el sol, que es naturalmente, el rumbo del sur.


A doscientos kilómetros al sur de Lima, un extenso y árido desierto domina el paisaje. Bañando sus límites occidentales, un mar frío y extraordinariamente rico labra tercamente el accidentado litoral costero. Dos ambientes extremos y diametralmente opuestos unidos para crear uno de los ecosistemas naturales más singulares de América: la Reserva Nacional de Paracas.
La superficie del mar brilla con la luz anaranjada del atardecer. Sobre las olas, una nube oscura hace su aparición y se precipita quebrando las aguas en un interminable ir y venir de proyectiles alados. La nube tiene vida y va cambiando su aspecto a cada minuto. Al acercarnos, escuchamos un intenso y sordo sonido, como de flechas silbando en el aire. Es una pajarada, uno de los espectáculos naturales más fascinantes de la costa peruana en plena actividad.


Esta nube, compuesta por decenas de miles de piqueros, alcatraces y guanayes, se lanza sobre un enorme cardumen de anchoveta que, desorientado, ha ascendido hasta la superficie. Hay aves que se clavan como dardos en las aguas; otras emergen con uno y hasta dos pececillos en sus picos, sacuden sus plumas y alzan vuelo para nuevamente dejarse caer en picado. Cerca a ellos, grupos de lobos marinos y delfines participan también del festín. En sólo unos minutos la nube se disipa en interminables columnas de criaturas emplumadas. Parten en todas direcciones y se alejan. El cardumen ha desaparecido y la calma vuelve al mar.
Este suceso, que a menudo pasa desapercibido varias millas mar adentro, refleja las descomunales proporciones que la vida llega a alcanzar en Paracas. Una tierra de enormes acantilados y mar azul; de playas tranquilas, islas solitarias y arenas que viajan sin cesar, pero enclavada a orillas de uno de los desiertos más estériles del planeta. Es allí donde radica su singularidad. Es esa extraña abundancia al borde de la escasez extrema lo que hace de Paracas un lugar fascinante y único, donde la naturaleza ha logrado explotar hasta la más mínima posibilidad de vida al lado mismo de un territorio salado en el que sólo el viento nos recuerda que el tiempo existe. Ese viento que llega frío desde el sur y recorre hasta los confines más lejanos del arenal, erosionando el paisaje y trayendo los sonidos de miles de criaturas que habitan en algún lugar, lejos, fuera de nuestro alcance.
Ese viento se llamó Paracas, al igual que los antiguos peruanos que poblaron el desierto hace 1.500 años. Una cultura de pescadores y hábiles artesanos textiles que se desarrolló -literalmente- entre la arena y el mar, y cuyos vestigios sorprenden aún hoy a los estudiosos de la historia humana. No obstante lo aparentemente hostil del desierto, los paracas sabían que existía una zona inmensamente rica y productiva. Esta frágil pero extraordinaria fuente de vida es el litoral.

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