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lunes, 5 de abril de 2010

EL CAPITÁN Y LA PRINCESA en la Iglesia de la Compañía


Martes 10 de octubre de 1741, día de San Francisco de Borja. En la iglesia de la Compañía de Cusco tuvo lugar un curiosa escenificación que hizo que los pobladores de la ciudad se dividieran entre los que la aplaudieron y quienes la censuraron. Se trató, como escribe el cronista Diego de Esquivel y Navia en sus meticulosas Noticias cronológicas de la gran ciudad del Cusco, - de la representación del casamiento de don Martín García de Loyola y de Beatriz Clara Coya conforme se halla pintado en un cuadro que está a la entrada de dicha iglesia- . Al cronista tal representación le pareció pueril y quizá por eso se limita a consignar en sus Noticias que el papel de García de Loyola lo hizo un hijo de don Gabriel Argüelles, uno de los principales vecinos de la ciudad, y que el de Beatriz fue encargado a Narcisa, la joven hija de un cacique indio.
Cerremos por esta vez la crónica de Esquivel y Navia y dejemos que sea el lienzo que cuelga a la entrada de la Compañía el que nos cuente algo más sobre este episodio.

Beatriz Clara Coya y Martín García de Loyola son las personas que están en primer plano a la izquierda. A la derecha está la hija de ambos, Ana María, junto a su esposo, Juan de Borja. En medio de las dos parejas, finalmente, está retratados San Ignacio de Loyola, tío de Martín García, y San Francisco de Borja, abuelo de Juan de Borja. Un colorido grupo completa la composición en segundo plano, a la izquierda. Se trata nada menos que de Sayri Túpac, Túpac Amaru y Cusi Huarcay, hijos los tres de Manco Inca, el rebelde que se refugió en Vilcabamba para luchar contra los españoles.

Beatriz, como reza el medallón que está en el lienzo, era hija de Sayri Túpac y Cusi Huarcay y por lo tanto princesa incaica. Es por eso que en el cuadro aparece elegantemente ataviada con un traje blanco sobre el que resalta una franja de coloridos tocapus, esos diseños geométricos que en este caso simbolizan su sangre real. ¿Cuáles fueron las circunstancias de su matrimonio con el sobrino del fundador de la poderosa orden de los jesuitas? ¿Por qué los jesuitas mandaron a pintar no uno sino varios lienzos que rememoran este enlace entre la realeza incaica y la nobleza española?

Dirijamos la mirada al grupo que está en segundo plano y recordemos que Tupac Amaru, el último de los hijos de Manco Inca que se mantenía en rebeldía contra los españoles, fue capturado en 1572 en Vilcabamba por una expedición organizada por el virrey Francisco de Toledo.


Fue justamente el capitán Martín García de Loyola quien se cubrió de gloria y cobró la recompensa por la captura del joven inca. El sobrino de San Ignacio tuvo la soberbia de ingresar al Cusco llevando a su prisionero con una cadena de oro al cuello. Al joven inca, por lo demás, le quedaba poco tiempo de vida pues, tras ser juzgado y convertido al cristianismo, fue decapitado en la plaza principal del Cusco.
El virrey Toledo ordenó poner la cabeza del inca en la picota, pero muy rápido se arrepintió de lo que había hecho pues los indios comenzaron a decir que la cabeza, en lugar de ser envilecida por los gusanos, estaba día a día embelleciendo. Quizá por eso Toledo se opuso a que Beatriz Clara Coya contrajera matrimonio con un noble de sangre incaica, por temor a que un día los descendientes de Manco Inca se sublevaran contra la corona y restauraran su poderoso imperio. El esposo que le escogió, seguramente influido por sus consejeros de la Compañía de Jesús, fue el capitán Martín García de Loyola. ¿Qué ganaba la orden de los jesuitas con este matrimonio? Pues nada menos que establecer lazos de parentesco, a través del sobrino de San Ignacio, con la realeza incaica.
Enfoquemos nuestra atención de nuevo en el hermoso lienzo del casamiento y recorramos seguidamente con la mirada, desde donde estamos, todo el interior del templo. Descubriremos que pinturas, altares y arquitectura, todo de excelente factura, son la encarnación de los designios de una orden religiosa que quiso jugar un papel de primerísimo orden en el Nuevo Mundo. No es casual que los jesuitas, cuando empezaron a levantar la actual iglesia luego de que la edificación anterior fuera destruida por el terremoto de 1650, decidieran construir la fachada con vista a la plaza como si se tratase de una iglesia catedral. Este desafío a la tradición y al derecho ocasionó un juicio de muchos años entre los jesuitas y el obispo, episodio del cual también da cuenta el cronista Esquivel y Navia, acotando que - finalmente los padres jesuitas fabricaron su iglesia como está al presente y la acabaron en diecisiete años -.
Esa iglesia, construida en un lapso tan corto y en abierto desafío al obispo y al Cabildo de la catedral, produjo en su tiempo una revolución en el arte arquitectónico cusqueño y se constituyó en una de las expresiones más logradas del barroco en suelo peruano.

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